Empresas, vida y sociedad
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Guillermo Tagle
Junto con el cambio de gobierno, Chile ha iniciado una nueva etapa en su historia, un “nuevo ciclo”, en el que prácticamente todos sus ciudadanos y en forma unánime quisiéramos progresar, generar mejores condiciones de vida para hoy y también, para las generaciones que están por venir. A pesar del consenso universal que pueda existir en torno a este anhelo de progresar, sin duda en cuanto a las formas de lograrlo, a la identificación del camino más adecuado, las diferencias de ideologías, estrategias y rutas, se hace evidente que todos tengamos un objetivo común.
Han sido en buena parte iniciativas empresariales, construidas y desarrolladas en un entorno de orden y estabilidad política y social, las que en 25 años han cambiado el nivel de vida de los chilenos. Tal vez pocos están conscientes de cuánto depende en la vida de cada uno el que podamos seguir creando más y nuevas empresas, impulsadas por personas con ambición y también con buena voluntad, que tengan -con orgullo y no con vergüenza- la aspiración de ganar dinero, de crear valor, de ofrecer productos y servicios de la mejor calidad, fuentes de trabajo bien calificadas y bien compensadas, respetando también a todas las comunidades con la que ellas interactúan.
Mucho se dice que en Chile no hay oportunidades, que no se permite o es muy poco el recambio social de una generación a otra. Sin embargo, esto contrasta con una realidad en que prácticamente todas las empresas grandes y exitosas que hoy tenemos, no estaban o tenían otros dueños o simplemente no existían hace 30 ó 50 años. Ninguno de los 15 ó 20 grupos empresariales o familias con mayor patrimonio de los años 60 ó 70 coinciden con los correspondientes principales que existen hoy. Prácticamente todos los grupos que hoy lideran rankings a nivel latinoamericano, corresponden a la primera (o segunda) generación con alto patrimonio en la historia de sus respectivas familias. Por el contrario, casi ninguno de los grupos principales de hace medio siglo está entre los grandes (o existe) hoy.
Empresas emblemáticas en Chile y América Latina (i.e. las 40 principales del IPSA) no existía en los años 60 ó 70 (o eran meros emprendimientos privados, algunos del Estado, o tenían otros dueños). El gran salto empresarial de Chile coincide con la gran transformación económica, política y social que parte en 1988 junto con el inicio de la democracia. Sin la apertura al exterior, sin un mercado de capitales, sin un motor empresarial focalizado, sin políticas públicas que mantuvieran el orden económico, político y social, sin respeto y tolerancia a las ideas y condiciones del prójimo, Chile nunca habría llegado donde está. Nuestro desarrollo económico sería, con suerte, el del promedio de los países latinoamericanos, el umbral del desarrollo estaría tan lejos que no sería siquiera tema de conversación. Ningún grupo empresarial chileno figuraría en los rankings de alto patrimonio del mundo, las aguas servidas seguirían siendo vaciadas a los ríos o directamente al mar. No habría millones que viajan en avión por Chile y al extranjero. La casa propia sería una ilusión para la gran mayoría de nuestros habitantes. El sistema de educación superior seguiría ofreciendo vacantes para tan sólo el 20% o 25% de los egresados de enseñanza media (y el resto a trabajar, como ocurría en la mitad de los 70).
Chile ha cambiado. La energía transformadora de empresarios, la asertividad, paciencia y respeto con que hemos sido gobernados y con que se promulgaron las políticas públicas de los pasados 25 años, nos ha traído hasta donde estamos. Queda mucho por hacer. Hay que incorporar a un estándar de vida acorde con la condición de Chile a millones de ciudadanos a quienes todavía no les llega. Pero no podemos olvidar, que sin emprendimiento no se crea valor; sin estabilidad y reglas del juego claras, se espanta la inversión; sin actividad económica fuerte, no hay sistema tributario que genere recursos para proveer y financiar derechos públicos básicos como salud y educación. Necesitamos muchos jóvenes que se atrevan a emprender, que aspiren a crear empresas que en 30 años más estén entre las principales de la región y porqué no, del mundo.
Para esta nueva etapa, también todos tienen que poner algo de su parte. Los empresarios tienen que trabajar con respeto a los derechos de todos los que con ellos interactúan. Gobernantes y legisladores tienen que proveer estabilidad, respeto y sentido de orgullo para todos los que colaboran correcta y dignamente al progreso social y económico. Efectivamente necesitamos entrar en un “nuevo ciclo”, pero no debemos olvidar los principios y las causas que nos trajeron donde estamos y a partir de ello, seguir construyendo un futuro cada día mejor.